Hace algunos años recuerdo leer esa frase en un blog sobre psicología migratoria y reconozco que me generó mucho alivio.
Durante los primeros años después de mi mudanza de país, dudé si había tomado la decisión correcta… y es natural. Cuando se toman decisiones que van a cambiar el rumbo de nuestras vidas de algún modo la primera emoción que aparece es el miedo.
El miedo que nos advierte y alerta a estar atentos, a protegernos, y que muchas veces nos paraliza y nos deja en una zona de falsa comodidad.
Buscamos silenciar ese miedo de tantas formas: nos llenamos de ocupaciones, racionalizamos los motivos por los que iniciar ese proyecto que tanto anhelamos puede esperar, buscamos excusas, abrimos otros procesos.
Pero la verdad es que si no nos movemos, la vida nos mueve y nos recuerda que si algo es seguro e inevitable es el cambio.
Por lo tanto, ya sea por entusiasmo o por incomodidad, tarde o temprano, emprendemos caminos que con suerte nos llevarán hacia nosotros mismos.
Así que hoy estoy aquí, siguiendo mi entusiasmo y enfrentando nuevamente la incertidumbre.
No mentiré, por supuesto que tengo miedo, me reconozco como una persona obsesiva, controladora y perfeccionista.
Sin embargo, aquí y ahora prevalece mi deseo, que se convirtió en una acción y luego en nuevas formas de poder cumplir con esta vocación de acompañar a otros en sus propios procesos de transformación.
Mi mayor reto es lograr encontrar esa voz que me permita transmitir aquello que necesitan otras personas para encontrarse y mirarse a través de mí.
Así que si estás leyendo estas líneas, te agradezco profundamente permitirme formar parte de tu vida, es un privilegio que no doy por sentado.
De aquí en más, este espacio nos va a permitir tender un puente donde espero que el amor y la sanación sea quien nos encuentre.
Desde el corazón: Gracias. Te quiero.