Hay una cita, con la que me gustaría empezar este artículo, del famoso médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo Carl Jung:
“La vida realmente comienza a los cuarenta. Hasta entonces, solo estás haciendo investigación”.
Esta frase en sí misma encapsula un proceso que muchos experimentan: la evolución de vivir para cumplir expectativas externas a vivir en autenticidad.
En los primeros años de nuestra vida adulta, en la veintena, nos encontramos rodeados de una avalancha de expectativas que no necesariamente provienen de nuestro ser auténtico. Nos encontramos guiados, a menudo inconscientemente, por las expectativas de nuestros padres, la sociedad, nuestros amigos o incluso las creencias populares sobre lo que significa tener éxito.
Durante la veintena, esta carrera se vive como una búsqueda incansable por encajar en moldes preexistentes, por demostrar lo que somos capaces de lograr. Elegimos carreras, trabajos y relaciones basándonos en ideales que, en muchos casos, no hemos tenido la oportunidad de cuestionar.
Sin embargo, este período es esencial porque, como Jung señala, es un tiempo de investigación. Es un tiempo en el que estamos explorando, experimentando y probando caminos que no siempre son los nuestros, pero que nos permiten obtener una perspectiva sobre la vida y sobre nosotros mismos.
Al llegar a los treinta, muchas personas empiezan a sentir una ligera pero significativa sacudida interna. Aquí comienza el verdadero camino del autoconocimiento. A través de las experiencias acumuladas —los éxitos, los fracasos, las relaciones que prosperaron y las que no— comenzamos a cuestionar si lo que hemos estado persiguiendo es, de hecho, lo que realmente deseamos.
Las preguntas más profundas sobre quiénes somos y qué queremos empiezan a ganar protagonismo. Es una etapa de transición en la que el autoconocimiento surge como una necesidad, como una brújula interna que nos empuja a alejarnos de las expectativas externas y acercarnos a una vida más auténtica.
No es raro, entonces, que cuando llegamos a los cuarenta, muchas personas experimenten lo que se conoce como una «crisis de la mediana edad», aunque quizás sería más apropiado llamarla un «despertar de la autenticidad».
Es en esta etapa cuando empezamos a replantear nuestras decisiones, nuestros vínculos, y nuestras prioridades desde un lugar más genuino. Las decisiones que tomamos ya no están tan cargadas de la necesidad de agradar a otros o de cumplir con estándares externos; en su lugar, comienzan a reflejar quiénes somos realmente y lo que valoramos.
Después de los cuarenta, la vida adquiere una nueva dimensión. Hemos acumulado suficiente experiencia como para distinguir entre lo que es nuestro y lo que es ajeno. Nos damos cuenta de que muchos de los miedos o deseos que nos impulsaban en nuestros veinte y treinta eran proyecciones de lo que otros esperaban de nosotros, y que no necesariamente se alineaban con nuestra verdad interior. Esta conciencia nos permite hacer un cambio radical: vivir desde la autenticidad.
Esto no significa que la vida antes de los cuarenta carezca de significado o valor. Al contrario, todas esas etapas previas son necesarias para llegar a este punto de claridad. Son los años de «investigación», de ensayo y error, los que nos proporcionan las herramientas y el entendimiento necesarios para empezar a vivir una vida auténtica. A los cuarenta, muchas personas deciden cambiar de carrera, reconfigurar sus relaciones, o incluso hacer ajustes significativos en su estilo de vida, no por una crisis, sino porque finalmente tienen la seguridad interna para hacer lo que realmente desean.
Este replanteamiento que surge después de los cuarenta también se ve reflejado en nuestros vínculos. Las relaciones que mantenemos, ya sean de amistad, amorosas o familiares, se vuelven más profundas, más significativas. A medida que nos conocemos mejor a nosotros mismos, también somos más capaces de establecer límites saludables y de comunicar nuestras necesidades de manera clara. Los vínculos que creamos desde la autenticidad son más fuertes y menos dependientes de las expectativas externas, lo que nos permite conectar con los demás desde un lugar de mayor comprensión y aceptación.
Al final, la vida verdaderamente comienza cuando dejamos de vivir para los demás y comenzamos a vivir para nosotros mismos. A los cuarenta, este proceso de transformación se hace más evidente, porque las capas de expectativas y deberes que hemos acumulado empiezan a disolverse, y lo que queda es nuestra esencia más pura. Es entonces cuando la vida, en toda su plenitud, realmente comienza.
Así que, si estás en los cuarenta o por llegar, lo último que debes tener es miedo. Muy probablemente estés iniciando tu camino a una vida más auténtica y plena.
Con cariño,
Maryari Vera
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