La relación entre nuestra crianza y las relaciones que construimos

Desde los primeros días de vida, nuestra crianza va dejando huellas en la manera en que entendemos el mundo y a quienes lo habitan. En ese espacio íntimo, en los gestos cotidianos de quienes nos cuidan, aprendemos el significado del amor, la confianza y el valor propio.

Aunque al llegar a la adultez parezca que nuestras elecciones son libres y conscientes, están profundamente influenciadas por los ecos del pasado, por esas lecciones no dichas pero vividas que moldearon nuestra percepción del cariño y los vínculos. 

Si ese vínculo estuvo lleno de amor y consistencia, probablemente creamos relaciones adultas basadas en la confianza y el equilibrio. Pero si hubo abandono, frialdad o excesivo control, las dinámicas que repetiremos pueden incluir inseguridad, dependencia emocional o miedo al rechazo. Estas bases no determinan nuestra vida, pero sí nos ofrecen un punto de partida, un espejo en el cual reconocemos lo que aprendimos sobre amar y ser amadas. 

En la infancia también absorbemos modelos sobre cómo relacionarnos con los demás. En la comunicación, por ejemplo, los hogares donde las emociones eran reprimidas o los conflictos escalaban en gritos nos enseñan respuestas que tal vez seguimos reproduciendo en nuestras relaciones adultas.

Las creencias familiares sobre los roles en pareja, en la amistad o en la familia también dejan su huella. Si crecimos creyendo que amar significa sacrificarse, podríamos encontrarnos priorizando a otros en detrimento de nosotras mismas.

Las palabras que nos dijeron sobre nuestro valor personal afectan cómo nos posicionamos en el mundo; una infancia cargada de críticas puede generar inseguridades que buscaremos compensar en nuestras relaciones

Nos atraen dinámicas que nos resultan familiares, incluso si no son saludables. Si tuvimos un padre ausente, podríamos buscar personas distantes, intentando inconscientemente corregir esa ausencia del pasado. Si crecimos en un entorno lleno de conflictos, podemos normalizar el caos y buscar relaciones donde prevalezca la tensión. Sin embargo, aunque estos patrones sean inconscientes, no son inamovibles. 

Nuestra crianza no ocurre aislada; también está atravesada por el entorno cultural y social que nos rodea. Las normas y expectativas de la sociedad amplifican o desafían los mensajes que recibimos en casa. Una cultura que idealiza el sacrificio o refuerza roles de género tradicionales puede perpetuar dinámicas familiares que restringen nuestra libertad de elegir cómo amar y ser amadas. 


Reconocer cómo la crianza ha moldeado nuestras relaciones es el primer paso hacia el cambio. Tomar conciencia de los patrones que heredamos, preguntarnos de dónde vienen nuestras elecciones y explorar nuestras emociones nos abre la puerta a nuevas formas de vincularnos.

A medida que cultivamos el amor propio y aprendemos a poner límites, comenzamos a establecer relaciones basadas en el respeto mutuo y la reciprocidad, en lugar de en viejos guiones familiares. 

En este camino, la terapia puede ser una aliada poderosa. Juntas podemos descubrir dinámicas inconscientes, resignificar las heridas de la infancia y a construir una narrativa más auténtica y libre para tu vida.


Nuestras relaciones no tienen que ser una réplica de lo que vivimos. Podemos elegir con quién caminar, qué historias construir y cómo amar, desde un lugar de consciencia y no de repetición.

Entender el impacto de nuestra crianza es un acto de coraje y autoconocimiento, que nos permite transformar nuestras relaciones en espacios de crecimiento, conexión y libertad.

Estoy para ti.

Con amor,

Home

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio
Abrir chat
1
Escanea el código
Hola 👋
¿Cómo podemos ayudarte?